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La literatura colombiana se enriqueció con el aporte que en su momento le hicieron los novelistas que escribieron obras con sentido social. El sudor del hombre que trabaja en los socavones de las minas, las penurias del campesino que araña la tierra para sacarle los frutos, la pobreza del mendigo que pide monedas en la calle para saciar el hambre, la soledad del analfabeto que carga bultos en una plaza de mercado porque no sabe hacer otra cosa y la desesperanza de la mujer que ejerce la prostitución para no dejar morir de hambre a un niño fue durante muchos años una constante en la novela colombiana.

La Campaña Libertadora empezó el 23 de mayo de 1819 cuando Simón Bolívar se reunió con los jefes militares en la aldea de los Setenta y expuso la estrategia para atravesar los llanos de Casanare, la Cordillera de los Andes, pasar por el territorio de la provincia de Tunja y llegar por sorpresa a Santafé.

En el cruce de la Avenida Santander con la calle 45 se ubicaba, hace algunos años, un hombre que mendigaba en cuanto el semáforo se ponía en rojo. El hombre se acercaba a los primeros vehículos y pedía “pal guaro”; repetía su cantinela cuatro o cinco veces, desplazándose apenas unos metros, con un paso rengo, que más parecía producto de su pereza que de alguna dificultad física para el desplazamiento.